Sin duda, los conceptos de Estado y globalización son difíciles de manejar debido a las múltiples interpretaciones que se hacen de los mismos. Para algunos, el Estado es la síntesis de todos los actores políticos de una sociedad. Para otros, es el aparato gubernamental que tiene el monopolio para tomar decisiones políticas y reprimir a los opositores del sistema que encabeza. En realidad, cuando se habla del Estado se está haciendo referencia a una correlación de fuerzas. Seamos más claros y directos: Es el equilibrio que se establece entre las distintas fuerzas sociales que compiten por ejercer su dominio sobre la totalidad de la sociedad. El Estado refleja los intereses del sector más poderoso de la sociedad o de una alianza entre diferentes sectores que comparten el poder. El Estado (el grupo más poderoso) define la política exterior de la sociedad organizada así como la política interna (el orden y el grado de represión). La política exterior incluye relaciones con otros estados, las alianzas internacionales y la guerra. La política interna del Estado define el uso de la Policía y otras fuerzas represivas, las recaudaciones y las inversiones, la educación, los servicios de salud, las relaciones entre obreros y patrones, el uso del territorio y, en algunos casos, incluso, el culto (religión).
El Estado entra en una crisis cuando pierde el equilibrio. Generalmente, el desequilibrio es consecuencia de la declinación de un grupo social y la emergencia de otro. La industrialización transformó el Estado “antiguo” (anciene règime) con motivo de la insurgencia de una burguesía que tenía una política exterior e interior totalmente diferente a las clases terratenientes y su aparato político (la Corona o algo parecido).
El nuevo Estado burgués necesitaba una política exterior que le garantizara acceso a mercados crecientes, materias primas y población. A su vez, necesitaba una política interior que organizara, educara y disciplinara a la clase trabajadora que era reclutada mediante la desposesión de los campesinos combinado con las migraciones internacionales.
La revolución industrial destruyó el Estado tradicional (equilibrio entre una clase dominante de terratenientes y una población dominada de campesinos) y después de muchas revoluciones sociales creó el Estado burgués. El nuevo Estado es el resultado de una correlación de fuerzas asimétrica entre industriales y obreros. Para acabar con los remanentes del Estado de los terratenientes la burguesía se alió con la clase obrera. Posteriormente, para frenar las ambiciones políticas de los obreros que levantaron la bandera comunista, la burguesía se alió con los terratenientes ya derrotados.
El Estado por definición está en un proceso permanente de cambio, en una lucha por mantener el equilibrio y, al mismo tiempo, buscando un nuevo equilibrio. Las políticas que promueve el Estado entran en contradicción con los intereses de quienes las promueven. La burguesía invierte capital para contratar cada vez más trabajadores. Los trabajadores, a su vez, se organizan para destruir el Estado burgués y reemplazarlo con un Estado social. El Estado de “bienestar social” que surgió a mediados del siglo XX en el llamado Occidente (EEUU y Europa nor-occidental) pretendió ser un equilibrio entre las dos fuerzas sociales que luchaban por sus intereses: burguesía y obreros.
El llamado Occidente (del Atlántico norte) era rodeado por una periferia que ocupaba el resto del mundo. Una periferia relativamente rica (la semiperiferia), con una clase obrera consumidora. Otra periferia relativamente pobre (América latina), con una clase obrera “superexplotada” que consumía muy poco. Además, una periferia sumida en la pobreza, que representaba a más del 70 por ciento de la población mundial.
Este orden mundial que se mantuvo más o menos intacto durante toda la segunda mitad del siglo XX perdió el equilibrio y, en su lugar, está apareciendo una nueva correlación de fuerzas. Incluso, al interior de los países hay un reacomodo de la correlación de fuerzas entre las clases sociales. China y, en menor medida, Brasil, Rusia e India, (los países BRIC) se están convirtiendo en países capaces de competir en el escenario mundial.
En el caso de Panamá, el cambio de la correlación de fuerzas que se experimentó entre 1990-2010 pareciera indicar que vamos a contratiempo con el resto del mundo. Es decir, la burguesía rentista (Canal de Panamá, centro bancario, actividades portuarias y la Zona Libre de Colón) han sometido a la sociedad y a los trabajadores a un régimen inflexible. Los rentistas (representados por sus partidos Panameñista, PRD y, sobre todo, Cambio Democrático) se preguntan para qué tener una clase obrera. El actual gobierno, incluso, se pregunta para qué sirven las capas medias, la llamada sociedad civil.
Esto es lo que a escala global llaman la crisis. La dirección política mundial, y Panamá no es una excepción, perdió la brújula y sólo piensa en acumular riquezas lo más rápido posible antes de que el edificio se desplome. Un periodista europeo, Ignacio Ramonet, de Le Monde Diplomatique, constata que los dirigentes políticos están perdidos. “La política se revela impotente. La gente constata el derrumbe de la autoridad política. Los líderes actuales no están a la altura de los desafíos”. ¿Cuándo aparecerá esa nueva generación política capaz de ofrecer el liderazgo esperado en el marco de un nuevo Estado?
Panamá, 17 de noviembre de 2011.
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