El “neoliberalismo” ha muerto, viva el “neoliberalismo”. Según el economista Alejandro Nadal, “los economistas conservadores (neoliberales) han salido desprestigiados por la crisis. Después de todo, prometieron prosperidad, igualdad y hasta un mundo menos enfermo desde el punto de vista ambiental. Lo único que nos entregaron fue un colapso económico gigantesco, con desempleo y pobreza. Deberían estar escondidos, llenos de vergüenza”.
Sin embargo, en algunos países como Panamá, México, Colombia y Chile, los “neoliberales” siguen aplicando recetas que sólo tienen como fin trasladar riquezas de los bolsillos de los trabajadores a la cuentas bancarias de los especuladores. Es decir, Panamá sigue del brazo de las políticas neoliberales que fueron abandonadas por la mayoría de los países de América latina y, en gran parte, por EEUU.
El presidente Ricardo Martinelli tiene al país entretenido con un circo montado por el gobierno y la oposición, mientras los especuladores neoliberales siguen arrancándole el último suspiro al país.
Con mucha propaganda, el presidente Martinelli disminuyó la tasa de impuestos para los más ricos y aumentó el porcentaje del impuesto al consumo (ITBMS) que afecta al más pobre. Modificó la ley ambiental eliminando los estudios de impacto lo que le transfiere a los empresarios especuladores recursos que van en perjuicio de la calidad de vida de todos los panameños. Presentó recientemente un proyecto de ley que reducirá los niveles de control de los desechos industriales que las empresas lanzan a los ríos perjudicando la calidad de vida de la población, especialmente la de los niños.
Reforzó una legislación de turismo que promueve el tráfico de ilícitos y de personas. Los hoteles de la capital y de las “playas” parecen centros de prostitución internacional, juegos de azar y consumo de drogas. Las nuevas leyes anuncian la corrupción en el seno de las familias y de las comunidades. Los miembros del consejo de gabinete del presidente Martinelli, con intereses en los negocios turísticos, promueven un aeropuerto en el área de Río Hato que todos los panameños pagarían. Algo similar ocurre en la llamada “tercera etapa de la cinta costera” de la capital, que crearía varios millones de metros cuadrados de relleno listos para la especulación y empobrecimiento de los panameños.
Igualmente, transfirió el apoyo financiero gubernamental destinado a los productores agropecuarios a los importadores que especulan con los precios en el mercado internacional. A su vez, la expulsión de los campesinos de sus tierras ha cobrado un ímpetu poco visto en el pasado. Las iniciativas especulativas en torno a la producción de energía (hidroeléctricas) y mineras transnacionales obligan a la población de las cercanías a abandonar sus hogares y buscar refugio inseguro en las ciudades. Muchos millones de dólares del erario público son transferidos a los inversionistas extranjeros en perjuicio de los programas de desarrollo agroindustrial.
La creciente militarización, además, crea áreas declaradas de “seguridad nacional” que subordina a los moradores campesinos a una vida bajo vigilancia y control permanente. Casi 500 millones de dólares del presupuesto nacional se orientan hacia la “seguridad nacional”, un eufemismo para encubrir la corrupción.
El gobierno del presidente Martinelli arremetió contra los trabajadores organizados, bloqueando el incremento salarial y reorientando esos ingresos potenciales a las cuentas bancarias de los empresarios. Además, impide la inscripción de nuevos sindicatos que exigirían negociar sus condiciones de trabajo e, incluso, trató de eliminar la cuota sindical.
En materia de Salud, el gobierno invierte en proyectos de alto costo pero de efectos contrarios a los intereses de la población. Se anunció el traslado de los hospitales del Niño y el Oncológico para especular con las tierras donde se encuentran esos centros de salud. Igualmente, el Hospital Santo Tomás será transformado en algo que aún no está claro.
En Educación – al igual que en Salud – el gobierno ha convertido toda inversión en una nueva oportunidad para hacer negocios. No se construyen escuelas y la calidad de la enseñanza disminuye en la medida en que se presupuesta cada año menos para la formación de los estudiantes. Los empresarios esperan que se haga realidad la promesa presidencial de las llamadas escuelas “millonarias”. Planteles concebidos exclusivamente para beneficio de los especuladores.
Mientras que en EEUU, en muchos países de Europa y América latina la defunción de la ideología “neoliberal” se oficializó y se está invirtiendo en planes de desarrollo, en Panamá el “muerto” continúa con el despilfarro de recursos. Los actuales gobernantes emulan a los “próceres” de principios del siglo XX que, sentados a orillas del Canal de Panamá mientras se construía (1904-1914), se especializaron en recoger las migajas, sin invertir un solo centavo en el desarrollo del país.
Panamá, 21 de julio de 2011.
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