La gestión desordenada del presidente Ricardo Martinelli ha recibido duros golpes en los primeros meses de 2011. Los estamentos de Seguridad aún se encuentran desorganizados, a pesar de los millones de dólares que recibe de diversas fuentes norteamericanas. (O ¿será esta la causa?). La punta del “iceberg” fue la muerte de cinco menores de edad calcinados en un Centro de Cumplimiento en enero.
Apenas un mes más tarde, la aprobación de una reforma al Código minero, sin que se preparara un estudio previo o se buscara un consenso, provocó una movilización de rechazo a escala nacional, encabezada por los pueblos ngobe y buglé. El presidente Martinelli anunció que “derogaría” la ley pero no habló sobre las opciones que baraja el gobierno.
Como se dice en el mundo deportivo, para inaugurar el mes de marzo le salvó la campana o el pitazo. Llegaron los Carnavales y los panameños se abocaron a cumplir con la tradición de la “rumba”. El presidente Martinelli se fue a Disneyworld. Los miembros de su gabinete salieron del país. Los diputados que no pudieron viajar al exterior se fueron a sus casas de campo. Muchos alcaldes y representantes se quedaron en sus circunscripciones para darle seguimiento a sus intereses.
La juventud (de todas las edades) se fue a las fiestas organizadas en las comunidades de Azuero, Veraguas y Coclé (entre otros lugares). Por razones que nadie quiere entender, el director de Turismo decidió invertir a última hora 2 millones de dólares en unos Carnavales improvisados (como siempre) en la Cinta Costera de la ciudad capital. Incluso, se utilizaron fondos públicos destinados a proyectos de asistencia social. Según los diarios de la localidad, la asistencia a los “culecos”, desfiles y espectáculos fue pobre, siguiendo la tendencia de los últimos lustros.
Al igual que el año pasado cuando fue a esquiar, este año Martinelli partió hacia EEUU, en su viaje número 33 desde que llegó al Palacio de Las Garzas. ¿No podría haber aprovechado estos días para evaluar las debilidades de su política de Seguridad? Podría haber reunido su equipo de política exterior para definir los próximos pasos frente a la crisis económica mundial, los cambios políticos en el Medio Oriente o la emergencia de las nuevas potencias del Lejano Oriente (tanto China como su “socio” de Corea del Sur).
Mientras los panameños “carnavaleaban” el presidente podría haber convocado a los especialistas en las cuestiones alimenticia, energética y de transporte. Las próximas crisis que enfrenta Martinelli están en las áreas de la educación (inicio del año escolar), la salud (las protestas por los envenenamientos siguen en la agenda) y seguridad social. Quienes gobiernan tienen que entender que su responsabilidad es trabajar todos los días administrando el presupuesto anual de casi 20 mil millones de dólares que le entrega el pueblo. Sin embargo, quienes gobiernan parecen tener otras metas muy ajenas a los del país.
Los Carnavales son una tradición popular, en su momento impulsados por la Iglesia con fines religiosos en Europa y en algunos lugares de América. El vínculo con la Iglesia parece haberse diluido con el tiempo. En Panamá los gobiernos – por razones diversas – intervinieron en la promoción de los carnavales durante la segunda mitad del siglo XX. Su política, sin embargo, ha probado ser un fracaso en la ciudad de Panamá donde las fiestas han quedado reducidas a las ganancias de las empresas de bebidas alcohólicas y sus intermediarios. De querer continuar con su política intervencionista, para asegurar su éxito el gobierno debe cambiar de política.
Recomendamos que en los distritos de Panamá y San Miguelito, los más poblados de la región metropolitana, se organicen los Carnavales con apoyo gubernamental a nivel de cada corregimiento. La juventud de cada uno de los casi 30 corregimientos competirían por los premios a los mejores disfraces, las mejores “comparsas”, corrazas y arreglos musicales. Los panameños que no quieren este tipo de Carnaval pueden visitar los distritos vecinos de Chepo y Capira o viajar al interior de la República.
Sin restarle alegría a la fiesta, se incorporaría a la juventud a los Carnavales. En la actualidad, estos son meros objetos que son manipulados por los organizadores y empresarios que montan los espectáculos. En el esfuerzo hay que movilizar a las familias, a las comunidades y a las escuelas. Incluso, las iglesias, los clubes cívicos y los sindicatos pueden sumarse a la fase organizativa.
La juventud tendría la oportunidad de sacar a relucir sus mejores talentos en materia de diseño, coreografía, arquitectura, ingeniería y música en un ambiente de fiesta y alegría. El presidente de la República también podría reunir a los mejores talentos... para gobernar el país.
Panamá, 10 de marzo de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario